
Las brasas aún crepitaban en la orilla del mar de Galilea mientras el sol comenzaba a elevarse sobre el horizonte. Pedro sentía el corazón acelerado. Aquel al que había negado tres veces durante la noche más oscura de su vida, ahora estaba frente a él, mirándolo con ojos que no juzgaban, sino que penetraban hasta lo más profundo de su ser.
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?», preguntó Jesús.
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero», respondió Pedro, con un nudo en la garganta.
«Apacienta mis corderos», le dijo Jesús.
Por segunda vez, Jesús volvió a preguntar: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
Pedro volvió a responder: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
«Pastorea mis ovejas», le dijo Jesús.
Pero cuando Jesús le preguntó por tercera vez: «¿Me quieres?», Pedro sintió dolor. Aquella triple pregunta le recordaba su triple negación. Sin embargo, en ese dolor había también una oportunidad inmensa.
«Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero», respondió con sinceridad total.
«Apacienta mis ovejas», concluyó Jesús, restaurando completamente a aquel que lo había negado.
Esta escena del Evangelio de Juan (21, 1-19) es uno de los momentos más conmovedores del Nuevo Testamento. Es la historia de una restauración, de cómo Jesús no solo perdona, sino que vuelve a confiar en quien le había fallado.
Pedro había negado al Maestro, lo había traicionado en el momento más difícil. Pero Jesús no le lanza reproches. No le dice “te lo dije”. Solo le pregunta: “¿Me amas?”
Esa es la clave. Lo que Jesús quiere no son seguidores perfectos, sino corazones sinceros que estén dispuestos a amar y servir, incluso después de caer.
El don de la segunda oportunidad
Este pasaje del Evangelio nos revela una verdad fundamental sobre el corazón de Dios: siempre hay espacio para comenzar de nuevo. Nuestros errores, por dolorosos que sean, no tienen la última palabra.
¿Cuántas veces nos sentimos como Pedro? Fallamos a quienes amamos, traicionamos nuestros propios principios o negamos lo que realmente importa cuando enfrentamos miedo o presión. El peso de la culpa puede ser abrumador, haciéndonos creer que ya no hay vuelta atrás.
El mensaje del Evangelio es claramente distinto: no hay error tan grande que no pueda ser perdonado, ni caída tan profunda que nos impida levantarnos de nuevo.
Hoy, al mirar a nuestro alrededor, parece que también hemos negado muchas veces a Jesús. Vemos guerras, injusticias, exclusiones, indiferencia ante el sufrimiento, destrucción de la naturaleza; es como si todos hubiéramos dicho al mismo tiempo: “No lo conozco.”
Y sin embargo, Jesús vuelve a aparecer en nuestra orilla, nos invita a comer con Él y nos pregunta: ¿Me amas?
Esta pregunta no es para juzgarnos, sino para despertarnos. Porque si lo amamos, entonces no podemos seguir viviendo como si no pasara nada. Si decimos “sí, Señor, tú sabes que te quiero”, entonces Él también nos dirá: “Apacienta mis ovejas” —es decir, cuida a tus hermanos, construye paz, defiende la dignidad de todos, protege la vida.
Un mensaje para la sociedad actual
En un mundo donde los errores quedan expuestos en redes sociales y donde los juicios son rápidos e implacables, necesitamos recordar la lección de Pedro. Nuestra cultura actual a menudo no deja espacio para el arrepentimiento y la transformación. El juicio instantáneo, la cancelación y el rechazo permanente han reemplazado los procesos de reconciliación y rehabilitación.
Sin embargo, la historia de Pedro nos enseña que:
- El fracaso no define quiénes somos
- La honestidad sobre nuestras faltas abre caminos de sanación
- El verdadero arrepentimiento nos lleva a un propósito renovado
- La comunidad juega un papel crucial en nuestros procesos de restauración
Peregrinos de esperanza
Al adentrarnos en el Jubileo 2025, proclamado bajo el lema «Peregrinos de esperanza», la historia de Pedro cobra especial relevancia. Como peregrinos, todos cargamos con nuestras fragilidades y caídas. Avanzamos no por nuestras propias fuerzas, sino sostenidos por una esperanza que trasciende nuestras limitaciones.
Este es un tiempo especial de gracia para reconciliarnos con Dios, con los demás y con nosotros mismos.
Pedro fue el primer “peregrino de esperanza” después de la resurrección. Caminó con su culpa, pero también con la promesa de una nueva misión. Así también nosotros, como humanidad, cargamos errores, pero el Jubileo es una oportunidad para redescubrir que Dios aún cree en nosotros.
El testimonio de Francisco
El Papa Francisco, quien recientemente partió a la casa del Padre, encarnó esta misma esperanza durante su pontificado. Su vida fue testimonio de que la misericordia no es una idea abstracta, sino una práctica concreta. Como él mismo decía: «Dios nunca se cansa de perdonar, somos nosotros quienes nos cansamos de pedir perdón».
Francisco, como Pedro hace dos milenios, entendió que la Iglesia no está compuesta por perfectos, sino por pecadores perdonados. Su legado nos recuerda que nuestra debilidad, cuando es reconocida y puesta en manos
Su pontificado fue un constante llamado a no tener miedo de comenzar de nuevo, a dejarse perdonar, a ser una Iglesia en salida, que no juzga, sino que cura heridas. En él vimos lo que significa ser un discípulo restaurado por el amor de Cristo.
De la rehabilitación al servicio
Lo más hermoso de la rehabilitación de Pedro es que no terminó en un simple perdón. Jesús le confió una misión: «Apacienta mis ovejas». El perdón siempre nos impulsa al servicio.
Cuando experimentamos la misericordia, nos convertimos en canales de esa misma misericordia para otros. Todos estamos llamados no solo a crear espacios donde sea posible el arrepentimiento y la reconciliación, sino también oportunidades para que quienes han fallado puedan reintegrarse y contribuir significativamente.
Al reflexionar sobre nuestra propia vida a la luz de la experiencia de Pedro, preguntémonos: ¿Qué áreas de nuestra vida necesitan restauración? ¿A quiénes necesitamos perdonar? ¿Qué servicio estamos llamados a realizar desde nuestra propia experiencia de fragilidad perdonada?
El camino de Pedro nos recuerda que nuestras heridas más profundas, cuando son sanadas por el amor, pueden convertirse en nuestro mayor testimonio de esperanza para el mundo.