
María siempre está cerca. En los momentos más difíciles de nuestra vida, como cuando nos sentimos solos o perdidos, ella está ahí, acompañándonos con su ternura maternal. Así como estuvo junto a Jesús, al pie de la cruz, también se queda junto a nosotros, especialmente cuando más la necesitamos. Su presencia nos consuela y abraza en silencio, incluso cuando no tenemos palabras para rezar.
Desde el principio fue una mujer de fe sencilla y profunda. Cuando el ángel le anunció que sería la Madre de Jesús, ella respondió con un «sí» lleno de confianza. Después de ello, nunca buscó protagonismo; más bien, vivió en silencio, meditando en su corazón todo lo que sucedía. Su vida es un ejemplo de humildad y obediencia, siempre atenta a la voluntad de Dios.
María no se pone en el centro; siempre nos lleva a Jesús. En las bodas de Caná, por ejemplo, fue ella quien notó la necesidad y pidió ayuda a su Hijo, diciendo: «Hagan lo que Él les diga». Ella siempre apunta a Cristo, enseñándonos a confiar en Él y a seguirlo con amor.
Cuando rezamos, María está con nosotros. Nos acompaña en nuestras oraciones, intercede por nosotros y nos cuida como una madre amorosa. Incluso cuando no sabemos qué decir, ella entiende nuestras intenciones y las presenta a su Hijo. Su cercanía nos da paz y esperanza en el camino de la vida.
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