Maximiliano Kolbe, sacerdote franciscano que llevó a la vida la frase del Evangelio “No hay amor más grande que el de aquél que da la vida por sus amigos” (Juan 15, 13)
El llamado de Kolbe
Raymund Kolbe nació en 1984, en una familia muy cristiana y con mucho amor a la Santísima Virgen, amor que heredó. Siendo muy pequeño tuvo una visión de la Virgen que le ofrecía dos coronas, una blanca y una roja; la blanca era la pureza, y la roja el martirio. Al final de su vida, Maximiliano recibió ambas.
En 1910 ingresó con su hermano al seminario franciscano de Lyiy, ahí recibió el nombre de Maximiliano María como nombre religioso. Estudio Filosofía y Teología en Roma.
Una obra dedicada a la Inmaculada
Siendo sacerdote, fundó en 1917 la “Milicia de la Inmaculada”, un movimiento de evangelización que busca “promover la extensión del reino de Dios en el mundo a través de la acción de la Inmaculada, motivando a todos a ponerse a su servicio en su misión de Madre de la Iglesia”.
“Hijos míos, amen a la Inmaculada; ámenla y ella los hará felices, confíense a ella totalmente”.
En 1927 fundó Niepokalanów (Ciudad de la Inmaculada), un convento franciscano en Teresin, cerca de Varsovia, que llegó a albergar cerca de 800 personas. Desde ese convento fundó una revista llamada “El Caballero de la Inmaculada”, que se imprimía en el mismo convento, donde incluso tenía una radioemisora.
Su celo misionero lo llevó a predicar la Palabra de Dios en Japón, sin siquiera conocer el idioma. Eso no lo detuvo y fundó en ese país una revista católica que tuvo gran acogida.
Circunstancias adversas, convicción eterna
El estallido de la Segunda Guerra Mundial en Europa ocasionó que muchos frailes de su convento huyeran o se alejaran. Maximiliano Kolbe se quedó en el convento y lo adaptó para armar un hospital temporal. Los Nazis que capturaron su pueblo lo tomaron preso por primera vez en 1939.
Una vez liberado, continuó su labor, acogiendo a refugiados entre los que se contaron más de 2000 judíos que ocultó de la persecución alemana. Su monasterio fue clausurado en 1941 y Maximiliano y otros cuatro frailes fueron arrestados. En mayo de ese año, fue trasladado al campo de concentración de Auschwitz.
A finales de 1941, tras un intento de escape de uno de los prisioneros, el comandante del campo escogió diez hombres al azar para que fueran encerrados y murieran de hambre, a modo de escarmiento para los otros prisioneros. Maximiliano Kolbe, con gran valentía, decidió tomar el lugar de uno de ellos, para que pudiera cuidar de su esposa e hijos.
Un testigo de la época cuenta que Maximiliano Kolbe motivaba a los otros hombres a rezar constantemente. Siempre que los guardias revisaban la celda, lo encontraban de pie o de rodillas, rezando y demostrando calma. Tras la muerte de los demás prisioneros, a Maximiliano Kolbe le dieron una inyección letal el 14 de agosto de 1941. Fue enterrado el 15 de agosto, fiesta de la Asunción de María. San Maximiliano Kolbe, gracias a su vida y a su sacrificio, se hizo merecedor de las dos coronas que le habían sido prometidas.
Un ejemplo que atrae y se replica
El sacrificio del Padre Kolbe no pasó desapercibido. Muchas personas se sintieron conmovidas y movidas a dar de sí mismos por los demás; algunos incluso ofrecieron sus vidas por otros.
En 2007, en Colombia, surgió una iniciativa llamada “Operación Kolbe”, un movimiento ecuménico que intercambiaba personas secuestradas por voluntarios, personas que se ofrecían para ocupar el lugar de los secuestrados.
“Aquel que ama generosamente a la Inmaculada, se salvará y se santificará él mismo y ayudará a otros a santificarse”
No debe ser tan difícil ofrecer la vida por alguien amado, alguien muy cercano; pero darla por alguien a quien no conoces, solo porque ves a Jesús en esa persona, es heroico.
Podemos seguir el ejemplo de San Maximiliano Kolbe, ofreciendo nuestros sacrificios por los demás, incomodándonos para servir a otros, porque en el otro también está Jesús. Propongámonos vivir con el mismo heroísmo de san Maximiliano Kolbe, inspirados por la devoción a Dios y a María a servir y amar a nuestro prójimo.
Fuentes