
Dura tarea fue conciliar a Aristóteles con el cristianismo, pero Tomás estaba decidido a probar que era posible. Hablamos del “Doctor Angélico”, Santo Tomás de Aquino.
Con la familia en contra
Cuentan que, de chico, estaba aferrado a un texto con la oración del Ave María. El hambre por el conocimiento de Dios ya estaba dentro de él. Más adelante, su familia lo envió a la abadía de Montecassino, para que se educara mejor, planeando que, algún día se convirtiera en el abad, más por ambición de poder que por devoción. Pero Dios tenía otros planes para el joven Tomás.
Se enteró de la existencia de los Dominicos, una orden jóven en esa época, y decidió unírseles. Esto no le gustó para nada a su familia, que lo secuestraron y lo encerraron en un castillo. Pero fueron más allá todavía. Para disuadirlo de sus aspiraciones clericales, contrataron a una prostituta para que lo seduzca. Lo último que imaginaron fue que Tomás resistiría la tentación con la ayuda del Señor.
Se dice que, más adelante, escapó de su encierro descolgándose por una ventana. Un escape muy novelesco.
De la timidez a la defensa de la fe
De joven estaba completamente concentrado en los estudios, conversaba poco y era muy tímido. Tanto, que sus compañeros le apodaron el “buey mudo”. Pero era tan sobresaliente, que Alberto Magno, con muy buen ojo, descubrió el potencial del joven Tomás, y dijo a sus compañeros: “Llamáis a este el buey mudo; pero yo os aseguro que este buey dará tales mugidos con su ciencia que resonarán en el mundo entero”. Palabras proféticas, en verdad.
Varios años después se convirtió en un gran profesor en la universidad. Produjo notables escritos, como la conocida “Suma Teológica” y la “Suma contra los gentiles”. Adquirió tal seguridad en sí mismo, que era temido en las polémicas, gracias a sus poderosos argumentos. Nadie se atrevía a desafiarlo.
Aristóteles y el cristianismo
Tomás pensaba que la filosofía no podía estar separada de la teología, es más, debía servirla.
En esa época, el pensamiento aristotélico estaba muy extendido en Europa, sus textos habían sido traducidos y hallaron muchos seguidores. Aunque para el cristianismo fue considerado peligroso y hasta censurable, debido a que Aristóteles le daba más importancia a la razón que a la revelación divina. Pero Tomás pensaba que podía conciliar ambos lados del río.
Es entonces que Tomás demostró que el pensamiento aristotélico era completamente compatible con el pensamiento cristiano. Después de esto, la filosofía cambiaría para siempre.
En sus últimos días, experimentó una fatiga o agotamiento severo, ya no se sentía capaz de comunicar con palabras sus pensamientos. Falleció el 7 de marzo de 1274. Fue canonizado en 1323 y declarado Doctor de la Iglesia en 1567.