¿Por qué los cristianos veneramos un instrumento de tortura y muerte? ¿A dónde nos lleva esta devoción? ¿Tiene sentido? Vamos a ver por qué exaltamos la Santísima Cruz, y por qué es nuestra única esperanza.
El origen de la fiesta
El 13 de septiembre del año 335 se dedicó en Jerusalén la iglesia de la Resurrección y del Martyrium. Al día siguiente, en una solemne ceremonia, se expuso la cruz que la emperatriz Helena había encontrado el 14 de septiembre de 320. Esta es la razón de que celebremos la exaltación de la cruz en este día.
«Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en Él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él»
(Juan 3-13-17)
Y esta es la razón por la que la cruz es nuestra única esperanza.
La cruz y una congregación religiosa
Ave Crux Spes Unica – Salve Cruz, Nuestra Única Esperanza. Ese es el lema que el Beato Basilio Moreau dio a la Congregación de la Santa Cruz. Las palabras provienen del antiguo himno Vexilla regis prodeunt escrito por Fortunatus y cantado tradicionalmente el Viernes Santo. Capturan bien la vida y el trabajo tanto de la Congregación como de Moreau.
«El árbol de la cruz ha sido plantado donde habitan nuestros dignos religiosos. Pero estos religiosos han aprendido a saborear sus frutos vivificantes, y si Dios en su bondad los conserva en las disposiciones admirables que han elegido hasta ahora, nunca probarán la muerte, porque los frutos de la cruz son los mismos que los del árbol de la vida que fue plantado en el Jardín del Paraíso.»
Beato Basilio Moreau.
Fortalecida por nuestra patrona, Nuestra Señora de los Dolores, la Congregación continúa apoyando a las personas al pie de sus cruces, tanto grandes como pequeñas. Estamos allí para dar testimonio de la luz de esperanza que brilla de la resurrección de Cristo.
La esperanza de la cruz es saber que las cosas nunca son desesperadas. Incluso en nuestra hora más oscura, nuestra desesperación más profunda, nuestro mayor sufrimiento, Dios está presente y puede hacer todas las cosas nuevas. Todo ha sido tragado en la victoria del amor de Dios.
«Debemos ser hombres con esperanza para dar. No hay fracaso que el amor del Señor no pueda revertir, no hay humillación que Él no pueda cambiar por bendición, no hay ira que no pueda disolver, no hay rutina que no pueda transfigurar. Todo se transforma en victoria. Él no tiene nada más que regalos que ofrecer. Sólo nos queda descubrir cómo, incluso la cruz, puede ser llevada como un regalo.»
Constituciones, 8:118