Ave Crux, Spes Unica
¿Por qué los cristianos veneramos un instrumento de tortura y muerte? ¿A dónde nos lleva esta devoción? ¿Tiene sentido? Vamos a ver por qué exaltamos la Santísima Cruz, y por qué es nuestra única esperanza.
¿Por qué los cristianos veneramos un instrumento de tortura y muerte? ¿A dónde nos lleva esta devoción? ¿Tiene sentido? Vamos a ver por qué exaltamos la Santísima Cruz, y por qué es nuestra única esperanza.
El augusto nombre de María, dado a la Madre de Dios, no fue cosa terrenal, ni inventado para ella por la mente humana o elegido por decisión humana, como sucede con todos los demás nombres que se imponen.
El Evangelio no nos da datos de la natividad de María, pero hay varias tradiciones. Algunas, considerando a María descendiente de David, señalan su nacimiento en Belén. Otra corriente griega y armenia, señala Nazareth como cuna de María.
María, al dar a luz a su Hijo, el Salvador de la humanidad, abre de par en par las puertas de la victoria celestial. Por ello, donde por la fe reina María, aún en medio de la humildad y el dolor, también llegará la victoria del Reino de Dios a quienes le permitan gobernar en sus vidas, regocijándose en el amor maternal de la Reina enaltecida por su Hijo, el Salvador del mundo.
La figura de Pío X resalta por encarnar la unión entre la humildad de sus orígenes campesinos y la grandeza de su misión como máximo líder de la Iglesia.
En un rincón sereno de la región de Borgoña, Francia, un joven monje, movido por una pasión inquebrantable por la fe, se convertiría en una de las figuras más influyentes de la Edad Media. Ese monje era Bernardo de Claraval, quien, con su fervor y sabiduría, dejaría una huella imborrable en la historia de la Iglesia.
El sacrificio del Padre Kolbe no pasó desapercibido. Muchas personas se sintieron conmovidas y movidas a dar de sí mismos por los demás; algunos incluso ofrecieron sus vidas por otros.
La presencia de María en el Cielo, gloriosa en cuerpo y alma, como se nos ha prometido a todos los que hagamos la voluntad de Dios, nos llena de esperanza en felicidad eterna.
La vida de Clara nos enseña a ser humildes, a creer sin desmayar en la presencia real de Jesús en la Eucaristía, que Él es capaz de vencer a nuestros más terribles enemigos, y que el sufrimiento ofrecido a Jesús es fuente de santidad.