Un milagro, una vocación, una invitación

Una reflexión para las familias en la Natividad de San Juan Bautista

La Iglesia celebra la Natividad de San Juan el Bautista el 24 de junio, 6 meses antes de la celebración del Nacimiento de Nuestro Señor. Esto no es coincidencia; se menciona en la Biblia que cuando María recibió el anuncio del Arcángel Gabriel, éste le indicó que Isabel estaba ya en el sexto mes de embarazo. La fiesta de la Anunciación de María tiene lugar 9 meses antes de la Navidad, y el nacimiento de Juan el Bautista, 3 meses después.

Al hablar de San Juan Bautista, posiblemente nos venga a la mente la imagen de un personaje excéntrico, predicando en medio del desierto, bautizando en el río Jordán y comiendo saltamontes (Mc 1, 4-8). Tal vez incluso recordemos su muerte tras ser prisionero de Herodes (Mc 6, 14-29). Pero hay un momento de su vida, o para ser más exactos, de los momentos previos a su vida, que tiene un gran valor para todo creyente, y de manera muy especial para los padres de familia: el nacimiento de Juan el Bautista.

El milagro

Narra el primer capítulo del Evangelio según san Lucas que había un sacerdote llamado Zacarías. Él y su mujer, Isabel, llevaban una vida ejemplar, pero, aunque anhelaban tener hijos, parecía imposible que los tuviesen debido a su avanzada edad.

Cierto día, mientras Zacarías ofrecía el incienso en el templo, se le apareció el Arcángel Gabriel, quien le indicó que Dios había escuchado su oración, y que él y su esposa tendrían un hijo. El anciano no creyó en el mensaje, y como consecuencia, quedó mudo. Regresó a su casa y al poco tiempo se cumplieron las palabras del Ángel: Isabel quedó embarazada. (Lc 1, 5-25)

Ocho días después del nacimiento de su hijo, le preguntaron a Isabel qué nombre le pondría. Ella, que en su sexto mes de embarazo había sentido la presencia del Espíritu Santo al visitarle María con Jesús en su seno, pidió que le pusieran el nombre de Juan, a pesar de que todos querían que el niño llevara el nombre de su padre. Entonces preguntaron a Zacarías qué nombre ponerle a su hijo; él pidió una tablilla y escribió “Juan es su nombre”. En ese momento Zacarías recobró el habla y, lleno del Espíritu, exaltó a Dios. (Lc 1, 57-79)

La vocación

A diferencia de María, que aceptó el anuncio del Ángel al escucharlo, y se describió como la Esclava del Señor, Zacarías pone en duda el mensaje del Ángel, y al hacerlo pierde su voz. Pero una vez que se entrega por completo a la voluntad de Dios, no solamente recupera el habla, sino que también glorifica al Señor, y de sus labios surge una exaltación profética.

Cuenta san Lucas que cuantos oían hablar de lo sucedido, se preguntaban: “¿qué va a ser de este niño?”, porque era claro que el Señor estaba con él (Lc 1, 66). Los acontecimientos que llevaron al nacimiento de Juan el Bautista eran, indudablemente, de origen sobrenatural, y llenaban de asombro a cuantos lo escuchaban. Juan estaba destinado por Dios para ser su profeta; Zacarías mismo lo expresa así en su canto (Lc 1, 68-79). Y así fue: Juan el Bautista, siendo adulto, anunció la llegada del Mesías, ofreciendo el bautizo para el perdón de los pecados, enseñando la justicia y el bien, y denunciando el pecado y el mal.

La invitación

¿Alguna vez te has preguntado si tus hijos podrían tener vocación para la vida consagrada o religiosa? ¿Qué harías si tu hijo o hija te dijera que su anhelo es ser misionero en un lugar lejano, o religioso sirviendo a los pobres y necesitados, o monja de clausura, dedicada a la oración y la vida espiritual? ¿Le disuadirías, mostrándole sus debilidades y limitaciones, o le animarías a seguir ese sueño hasta donde Dios le conduzca?

Anímate a presentar a Dios a tus hijos, confiándole sus vidas. Deja que el Espíritu Santo los guíe, y también a ti y a toda tu familia, hacia la voluntad perfecta del Señor. Recuerda que de Él viene la felicidad plena, y que, si confiamos en su Divina Providencia, no hay nada que temer. Pon en Dios tu esperanza, y confíale ese bello tesoro que son tus hijos.

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