Ese santo que solo Dios conoce

El día de todos los santos es una celebración de un valor muy especial, que nos recuerda que todos estamos llamados a vivir en santidad.

El 1° de noviembre la Iglesia celebra el día de todos los santos. Esta es una fiesta de un valor muy especial, pues festejamos a todos aquellos que, por su fe y confianza en Dios, sus buenas obras y su amor al prójimo, gozan ahora de la presencia de Dios en toda su plenitud.

Santos de altar

Y es que en nuestra iglesia honramos la memoria de toda clase de santos, de los que mucho o poco conocemos, como por ejemplo:

  • Aquellos que vivieron en épocas muy cercanas a Jesús, como Santa María Magdalena, o aquellos que vivieron en tiempos cercanos a los nuestros, como los Beato Carlo Acutis y Chiara Badano;
  • Aquellos que murieron muy jóvenes, como San Francisco Marto, quien vivió apenas 11 años, y aquellos que tuvieron vidas larguísimas como el Beato Tomás de Kempis, quien vivió más de 90 años;
  • Aquellos que vivieron su fe desde muy jóvenes, como Santo Domingo Savio, y aquellos que al final de sus días encontraron a Jesús, como San Dimas;
  • Aquellos que tuvieron vidas dedicadas por completo al servicio generoso al prójimo, como la Madre Teresa de Calcuta, y aquellos cuyas vidas tuvieron como enfoque principal la intimidad con Dios, como San Rafael Arnáiz;
  • Aquellos que entregaron sus vidas por otros, como San Maximiliano Kolbe, y aquellos que dieron su vida defendiendo su fe, como San Tarcisio;
  • Aquellos de posiciones de gran liderazgo y abundante producción intelectual, como Santa Hildegarda de Bingen, y aquellos cuya fe y caridad compensaron sus dificultades intelectuales, como el Santo Cura de Ars;
  • Aquellos que provienen de Norteamérica, como Santa Kateri Tekakwitha, Sudamérica, como San Martín de Porres, África, como Santa Josephine Bakhita, o de Asia, como San Andrés Kim.

Santos desconocidos

Pero, por el contrario, hay muchos santos de los que nada conocemos, y que tal vez sean desconocidos por siempre:

  • Esa madre que hasta el último de sus días renunció a sí misma para darles a sus hijos el alimento material y espiritual;
  • Ese padre que con abnegada paciencia se esforzó día tras día en ese trabajo arduo y cansado, para proveer para su hogar;
  • Ese docente, profesor, catequista, que nunca se cansó de transmitirles a sus estudiantes, con amor y perseverancia, la importancia de los valores y virtudes;
  • Ese niño, esa joven, que no cedió a la presión de grupo para no traicionar su conciencia y sus convicciones, aunque ello le supusiera la burla y el rechazo de sus amigos;
  • Ese párroco que, a pesar de todo, luchó hasta el final por dar lo mejor de sí para aquel rebaño que el Señor le confió;
  • Esa pareja de enamorados que, no sólo hasta llegar al altar, sino también durante toda su vida de casados, vivieron el amor verdadero, el servicio mutuo y la castidad;
  • Ese hombre que, reconociendo los errores de su vida, humildemente buscó la ayuda y el acompañamiento que necesitaba para enderezar sus pasos y llevar una vida correcta;
  • Esa mujer que, a pesar del temor y las dificultades, optó por comprometerse con la vida, an cuando todos a su alrededor le presionaban para seguir la corriente.

Y además de ellos, está ese santo que sólo Dios conoce, ese santo en potencia, que hoy en día lucha en silencio por mantenerse firme, por amar a Dios y al prójimo, por cultivar la fe y la oración, sin saber lo que le deparará el destino, pero confiando con toda su esperanza en el Señor. Y ese santo que solo Dios conoce puedes ser tú, así que ¡anímate a vivir la santidad!

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