Juan Pablo II fue conocido por su profundo amor al Santo Rosario. Desde su infancia en Polonia, aprendió esta devoción mariana de sus padres, especialmente de su padre, quien después de la muerte de su esposa lo llevaba frecuentemente a la iglesia para rezar el Rosario. Esta experiencia temprana marcó su vida espiritual para siempre.
El Santo Padre solía decir: «El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad» (Rosarium Virginis Mariae, n. 2). Esta frase, que aparece en su carta apostólica «Rosarium Virginis Mariae», refleja el lugar especial que esta oración ocupaba en su corazón.
El Rosario: Una escuela de María
Para Juan Pablo II, el Rosario era mucho más que una simple repetición de oraciones. Lo consideraba una verdadera «escuela de María», donde los fieles podían aprender a contemplar la belleza del rostro de Cristo junto a su Madre. Como él mismo explicaba: «Con el Rosario, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor» (Rosarium Virginis Mariae, n. 3).
El Papa del Rosario
Durante su pontificado, Juan Pablo II no solo rezaba el Rosario diariamente, sino que también lo promovió activamente entre los fieles. En 2002, propuso los Misterios Luminosos al Rosario tradicional, parar enriquecer esta antigua devoción con momentos clave de la vida pública de Jesús.
El Papa afirmaba: «El Rosario, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio» (Rosarium Virginis Mariae, n. 1).
Un arma de paz
Juan Pablo II veía el Rosario como un instrumento poderoso para alcanzar la paz. En momentos de crisis mundial, siempre invitaba a los fieles a recurrir a esta oración. «El Rosario es oración de paz precisamente por los frutos de caridad que produce» (Rosarium Virginis Mariae, n. 40), decía, y añadía: «La Iglesia ha visto siempre en esta oración una particular eficacia para pedir la intercesión de la Madre de Dios en las causas más difíciles» (Audiencia General, 29 de mayo de 1983).
El Rosario en familia
El Santo Padre daba especial importancia al rezo del Rosario en familia. Decía: «La familia que reza unida, permanece unida. El Santo Rosario, por antigua tradición, es una oración que se presta particularmente para reunir a la familia» (Rosarium Virginis Mariae, n. 41). Consideraba que esta práctica podía ayudar a fortalecer los lazos familiares y transmitir la fe a las nuevas generaciones.
Un método para la contemplación
Juan Pablo II enseñaba que el Rosario es un método privilegiado de contemplación cristiana. Explicaba: «El Rosario, precisamente a partir de la experiencia de María, es una oración marcadamente contemplativa. Sin esta dimensión, se desnaturalizaría» (Rosarium Virginis Mariae, n. 12).
Para él, cada misterio del Rosario era una ventana abierta a la vida de Jesús y María, una oportunidad para meditar profundamente en los acontecimientos salvíficos de nuestra fe.
Testimonio personal hasta el final
Hasta sus últimos días, Juan Pablo II dio testimonio de su amor por el Rosario. Incluso cuando su salud se deterioró significativamente, se le veía con el rosario entre sus manos. Como él mismo había escrito: «El Rosario me ha acompañado en los momentos de alegría y en los de tribulación. A esta oración he confiado tantas preocupaciones y en ella siempre he encontrado consuelo» (Rosarium Virginis Mariae, n. 2).
Su legado mariano
El legado de Juan Pablo II en relación con el Rosario continúa vivo en la Iglesia. Su lema «Totus Tuus» (Todo tuyo), dedicado a la Virgen María, se reflejaba perfectamente en su devoción al Rosario. Nos dejó estas palabras de aliento: «Recitar el Rosario no es más que contemplar con María el rostro de Cristo. Si se redescubre el Rosario en todo su significado, conduce al corazón mismo de la vida cristiana» (Rosarium Virginis Mariae, n. 3).
La relación de San Juan Pablo II con el Rosario nos enseña que esta oración sencilla pero profunda puede ser un camino privilegiado para crecer en la fe y acercarnos más a Cristo a través de María. Su ejemplo nos invita a redescubrir el valor de esta antigua devoción en nuestra vida cristiana cotidiana.