En 1218, la Santísima Virgen de la Merced se le apareció a San Pedro Nolasco para pedirle que funde una congregación que ayudara a liberar a los cautivos. Entonces, los religiosos recaudaban donativos para pagar los rescates de los prisioneros, e incluso se ofrecían ellos mismos a cambio.
El significado de “merced” es “misericordia”, la que se esperaba alcanzar para los prisioneros por medio de la orden fundada por Pedro Nolasco. Los Mercedarios, entonces, querían ser caballeros de la Virgen, fundamentando su espiritualidad en Jesús liberador y teniendo a María como ideal de la persona libre.
Romper las cadenas
En ese entonces, los prisioneros eran encadenados, sometidos contra su voluntad a un cautiverio que pocos podían tolerar (muchos morían antes de recuperar su libertad). Los mercedarios buscaban liberarlos de esas cadenas. Pero la inspiración de María para la congregación iba más allá de la libertad física.
Entonces, y ahora también, nosotros mismos nos encadenamos al pecado, somos prisioneros por voluntad propia, y muchas veces no buscamos liberarnos. Es entonces que María se presenta ante nosotros para ofrecernos la oportunidad de romper nuestras cadenas, liberarnos del cautiverio del pecado, con el rescate de sangre pagado por Jesús en la cruz. ¿Estamos dispuestos a aceptarlo?
Una libertad verdadera
Los rescatados agradecían enormemente a sus libertadores, porque vivir prisionero no deja disfrutar de una vida plena, una vida verdadera; la vida de un prisionero es un sufrimiento constante, porque no es libre.
Nuestra Madre de la Merced nos quiere llevar a su Hijo, nos espera para abrazarnos y mostrarnos el camino a la libertad. Como en las bodas de Caná, nos dice todo el tiempo «haz todo lo que Él diga». Ese es el camino a la libertad, la libertad de los hijos de Dios.
Deja que el Liberador te libere
Haz un breve examen (bueno, podría no ser tan breve, tal vez), identifica todo lo que te aleja de Dios, todo lo que mantiene apartado de su Palabra, lo que oscurece tu vida, lo que apaga tu fe. Identifica todo lo que tú mismo has puesto en tu vida que te encadena y no te deja disfrutar de la verdadera libertad que Él te ofrece.
Luego, mira a su Madre, a la Madre de la Merced, y dile así:
Virgen y Señora nuestra de la Merced, a ti suplicamos que, mediante tu maternal intercesión ante tu hijo Jesucristo, nos alcances la verdadera libertad de los hijos de Dios y nos hagas libres de cualquier esclavitud, de modo que experimentemos en nosotros la alegría de la salvación.
Amén
Fuentes: